La noche era fría y sin estrellas, los árboles del callejón movían con violencia sus ramas de un lado a otro; la lluvia lenta e incomoda apenas se asomaba, y Martha se encuentra en la esquina de la plaza antigua y olvidada de la ciudad, esperando el transporte público, como cada miércoles, ese día era en el cual ella salía de su casa para hacer las compras del mandado, pues según ella era cuando vendían más baratos los productos de su consumo.
El colectivo no pasaba, Martha se empezaba a desesperar, con justa razón, el ambiente se tornó extraño, algo pasaba en la ciudad, era demasiada tranquilidad que hasta daba miedo. Si, tomaba un taxi le iba a salir un ojo de la cara, y solo tiene dos, se quedaría con uno; pensaba y pensaba, pues el transporte no pasaba, comenzaba a bajar la temperatura, no tenía un buen abrigo. Vaya por fin se acerca un microbús, descansa su respiración, levanta la mano derecha y con el pulgar hace una seña para que la buseta pare, al acercarse, se da cuenta que no es la ruta que requiere, lo deja pasar…
De pronto se ven las calles prácticamente solas, Martha necesita llegar a su casa; unas fuertes detonaciones se escuchan cerca de ella, espantada tira las bolsas del mandado y voltea para todos lados buscando donde refugiarse, ya no de la briznita molesta sino de algo más, su corazón late más fuerte, ella tiene mucho miedo, pues cada vez se escuchan más cerca y fuerte las descargas cual trueno del 2010 cuando el huracán Alex.
La lluvia arrecia, Martha corre dejando su alacena en el suelo, no hay donde esconderse, no sabe qué hacer, se le escapan unas lágrimas, y se tira al piso, mientras se calma la estampida.
Después de dos horas, solo se escuchan las gotas de agua caer al suelo pétreo y pantanoso; Martha se levanta, va por sus cosas, cuando ve pasar un taxi, le hace la parada, se sube y regresa a casa. Y como siempre, aquí no pasó nada.
Ricardo Isaí Heredia Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario